sábado, 28 de febrero de 2009

Duodécima entrega

Esa noche la pasé recogido y seco en aquella gruta ignota del vientre del valle. Incluso hice un reconfortante fuego que dejaba escapar sus chispas como pequeñas luciérnagas hacia la noche estrellada que se adivinaba al otro lado de la chimenea natural. Y que me permitió regalarme una deliciosa cena de pajarillos braseados.

La mañana me reservaba una agradable sorpresa; desandando el camino, vislumbré gracias a la juguetona luz de mi antorcha, en una cornisa elevada, una losa de similares características a las de mi puerta secreta. Estudiando la zona, observé que unos ligeros huecos en la roca permitían ascender a la frustrada atalaya, estando éstos muy desgastados por el uso.

Efectivamente; encontré otra dependencia excavada por KaskaKromlech, pero mucho mejor que la anterior. Comprobé admirado cómo la pared Este formaba parte de las peñas de la sierra de Sarbil, pero por la parte de dentro, de forma que unos pequeños huecos dejaban entrar aire y luz a la estancia creando un ambiente muy agradable.

Descubrí en un lateral un hogar aún con ceniza y restos de huesos; pero lo más sorprendente era que sobre él había una especie de cúpula totalmente horadada, por donde el humo encontraba su salida diluyéndose perfectamente en las innumerables grietas de la montaña.

Diversos utensilios se encontraban perfectamente ordenados aquí y allá; me llamó la atención sobremanera un precioso bifaz que dominaba el lugar desde una hornacina elevada excavada en la roca viva, enmarcada con una moldura primorosamente tallada en madera de roble.

Multitud de plantas en diferentes estadios de conservación se encontraban en distintas repisas por toda la estancia; aún pude reconocer gordolobo, espondilio, milenrrama y menta, pero muchas otras me eran desconocidas.

Me senté, mirando en derredor, no pudiendo creer que todo aquello fuera obra de ese ser anacrónico, salvaje, despiadado y vil que yo había conocido. Pero la prueba estaba allí, delante de mis narices. No podía dejar de admirarme por la labor paciente y sistemática de Kaskakromlech que, durante cientos de años, había construido en soledad aquel santuario de la prehistoria del hombre que le permitía mimetizarse con la montaña y permanecer en la sombra protegiendo siempre a sus moradores.

Tuve que admitir que, por mi parte, no había empezado bien. Obnubilado por los drásticos cambios que había sufrido, sólo había pensado en mi desgracia sin tener en cuenta mi nuevo cometido. Me arrepentí por primera vez de mi estallido de rabia con fray Gervasio; al fin y al cabo, sólo era un pobre hombre que abusaba del nimio poder que le daba su situación en el monasterio. De hecho, yo había caído en el mismo pecado.

En aquella gruta hice una solemne promesa; a partir de ahora meditaría mucho mejor mis actos para no transformarme en un déspota de medio pelo e intentaría hacer lo posible para proseguir la labor callada y oculta de mi predecesor.