jueves, 26 de marzo de 2009

Decimotercera Entrega

En esos días tuve que asimilar muchos cambios.

Pero creo que el que me causó mayor impacto fue mi nueva capacidad para conectar con el resto de seres vivos. Me dio la posibilidad de comprender la grandiosidad de la Naturaleza, desde varias perspectivas simultáneas y diferentes.

Después de almorzar convenientemente, continué aprovechando el día primaveral de Marzo. Seguí recostado sobre la ollaga en la que me había acomodado, empezando ya a adormilarme, cuando reparé en un insecto volador de unos dos centímetros, totalmente negro, excepto por los alucinantes colores de sus alas, más propias de una mosca gigante que de otra cosa.

Se le veía disfrutar también a él; aterrizaba sobre una virginal flor y, sujetándose con gran elegancia, penetraba en sus cálidos jugos, desflorándola, valga la expresión. A continuación, sobrevolaba la zona y localizaba rápidamente su siguiente presa.

Sintonicé sus sensaciones y percibí el ansia inagotable que le embargaba cuando agotaba cada ejemplar, la impaciente alegría con que sobrevolaba los dientes de león y disfruté con él cuando localizó una preciosa mata de prímulas y se lanzó en picado a por ellas. Cuando aterrizó, alborozado, noté un delicado sabor a Primavera y manto vegetal. Pero lo curioso es que le llegaba el olor, no sólo a través de su trompa, sino también por las patas y el borde de las alas.

Después, pensé en las flores… los vegetales tienen otra forma de vivir. No experimentan sensaciones como los animales, simplemente reaccionan ante el ambiente exterior y se sienten mejor o peor según se encuentren esas condiciones.

Aquellas flores estaban en la gloria; mantenían aún entre sus raíces las lluvias de la última semana y se abrían al sol de Marzo disfrutando de cada brisa. No entendían la intrusión del insecto como una molestia, ya que ambas especies estaban perfectamente adaptadas para convivir.

Acabé durmiéndome con el sentir de aquellas delicadas maravillas en mi conciencia.

Cuando desperté, me encaramé a un árbol, como había tomado por costumbre, y vi, a la altura del molino, a un grupo de unos 20 hombres, pertrechados con todo su equipo, que avanzaban tomando toda clase de precauciones para pasar inadvertidos.

Enseguida capté al que iba de avanzadilla comprobando que el camino de Iturrotx estaba libre de sorpresas, pero me llamó la atención una cierta desorganización en el avance del grueso del grupo. Más parecía un grupo de cazadores que un destacamento militar, convenientemente entrenado.

- Me parece que tendré que estar más atento a las cosas del valle. ¿Qué demonios está pasando allá abajo?