miércoles, 1 de julio de 2009

Decimoquinta entrega

Asomé la jeta entre los limos de la orilla, curioso por conocer el desenlace de este nuevo episodio. Pude advertir que el repiqueteo entreoído momentos antes era debido a la apresurada marcha de Bernat, el padre de Jimena, que probablemente andaba buscando a la muchacha.

Comprobé cómo este buen hombre, tras hacerse cargo de la situación, ayudaba al mercenario sujetándolo precariamente a una parihuela que construyó presuroso y remontando con él la cuesta de Iturrotz.

Yo ya tenía bastante por hoy. Me levanté chorreando cieno por las guedejas que, por cierto, debería volver a adecentar, y salí corriendo en dirección al molino buscando la uberka. De un salto imponente traspasé la muralla vegetal de la orilla del río yendo a parar al pozo que hay tras la presa.

La mansa profundidad me permitió refugiarme en otra dimensión tan liviana que me relajé inmediatamente. Fui buceando disfrutando aquí de la compañía de un bando de anguilas, de una lucha intestina entre cangrejos por allá,…

Cuando volví a emerger tuve buen cuidado en hacerlo cerca de la orilla al amparo de un enorme saúco. No había nadie por los alrededores, así que remonté rápidamente el barranco de Eskipudi y me adentré en la espesura.

Ya en mi refugio, decidí que esa noche intentaría desentrañar alguno de los misterios arcanos del universo ayudado por las setillas que tan rudamente me mostró Kaskakromlech. ¡Qué demonios!. Los seres mitológicos también merecemos un relajo de vez en cuando…