miércoles, 17 de diciembre de 2008

Octava entrega

Los rayos de sol que lograban esquivar las últimas hojas de los robles, perezosas en morir, incidían directamente sobre sus párpados cerrados. Martxel despertó con un fuerte dolor de cabeza y se incorporó entumecido. Se encontraba en el declive de un pequeño ribazo medio cubierto por la hojarasca, tal y como su madre le trajo al mundo.

Rememoró dolorosamente la ceremonia nocturna sujetándose la cabeza con las manos; como fogonazos, le asaltaban vívidamente imágenes, sensaciones y sentimientos que iban incrementando su rabia hacia aquel engendro infrahumano que le había asaltado, secuestrado y sodomizado sin piedad.

Pero estaba vivo… y libre. Físicamente, se sentía bien; constató sorprendido que su cuerpo estaba casi totalmente cubierto de pelo, por lo que no sentía frío y que la mayoría de los cortes y heridas sufridos en su particular odisea habían sanado.

Tenía mucha sed; apartó la amargura a un rincón de su mente y preguntándose inquieto dónde estaría ahora Kaskakromlech, se orientó encaminando sus pasos hacia la vieja borda de su padre. No la habían utilizado desde que muriera, ya que en esos momentos difíciles se vieron obligados a vender el poco ganado que poseían, pero seguía siendo suya.

Notaba sus sentidos agudizados hasta un extremo que nunca hubiera creído posible; los ruidos del bosque, incluso los más nimios, llegaban a sus oídos amplificados de tal manera que incluso le permitían identificar su procedencia. Medio alucinado, detectaba aquí un nido al rebullirse el polluelo, allá un roedor madrugador buscando su desayuno, el desperezar de un arbusto que reaccionaba a los primeros rayos de luz…

Nunca se había sentido tan lleno de energía, tan conectado con su entorno. Percibió, aún antes de verlo, un pequeño reguero de agua, donde pudo saciar su sed y asearse someramente.

Cuando el agua recuperó su reposo, le devolvió una imagen distorsionada de sí mismo; el reflejo era una aberración del Martxel que recordaba. Sus cejas eran algo más prominentes, quizás por estar pobladas de unas cerdas gruesas y largas; anfitrionas también en sus orejas, más parecía que se hubiera puesto protectores para el frío. Preocupado, confirmó su examen anterior, ya que una maraña inexplicable de pelo poblaba casi todo su cuerpo. Se palpó los músculos de los brazos y de las piernas encontrándolos mucho más potentes y torneados.

- ¡Qué me has hecho, condenado!, -tronó. - ¡Qué maldición me has transmitido en tu perversidad!

Empezó a correr; daba saltos inconmensurables que le permitían salvar obstáculos que en otras circunstancias hubieran sido ineludibles. En poco tiempo, alcanzó las proximidades de la borda. La respiración, entrecortada, le agitaba el pecho, hasta que se obligó a calmarse.

Cuando comprobó que no había nadie en las cercanías accedió al interior de la borda, donde encontró un viejo pantalón de trabajo con el que pudo ocultar sus vergüenzas. También localizó, trabadas en la piedra, unas viejas tijeras de esquilar con las que se pudo adecentar ligeramente.

Se sentó en el exterior de la cabaña para decidir cuál sería su próximo movimiento. Quería ver a su madre y a Txeru para demostrarles que seguía vivo y también, se dijo, porque necesitaba su consuelo y aceptación. Resolvió que no volvería a vivir en compañía de otros hombres; lo que le había contagiado Kaskakromlech le impelía a tener un contacto constante con el bosque y sus habitantes y sospechaba que su aspecto repelería a sus semejantes tanto como a él mismo.

Pero antes, debía resolver una cuenta pendiente… tenía que acabar con el monstruo. Pensó en pedir ayuda al Gaztelu o a los aldeanos, pero dudaba que le creyeran y tampoco deseaba ponerles en semejante peligro; sus nuevas aptitudes le capacitaban para intentarlo y además, deseaba hacerlo con toda su alma.

Con las tijeras en su mano derecha, se dijo que comenzaría su búsqueda en la balsa de la Esperanza; así, se enfrentaría con el escenario principal de su desgracia y eso le aportaría más fiereza y energía.

Se fue acercando cuidadosamente, con sus nuevos sentidos totalmente alerta. En una ocasión, le pareció oír unas pisadas amortiguadas pero su olfato le indicó que se trataba de un lobo errante. Cuando lo vio, olisqueando en un claro, pensó que huiría apresurado, pero en vez de eso, sorprendentemente se le acercó sumiso, moviendo perceptiblemente el rabo.

Martxel le puso la mano en la cabeza para acariciarlo; de pronto, recibió como un fogonazo que le obligó a retirarla de inmediato. Como el animal no se había movido, volvió a tocar su cuello y percibió claramente su fuerza, su fiereza, la nobleza y fidelidad que sentía hacia el jefe de la manada e incluso el anhelo que reprimía ante el celo de las hembras de su grupo. Sintió la alegría de la persecución en compañía de la jauría entre la vegetación húmeda por la rosada y la exaltación de la caza… el sabor de la sangre entre sus fauces fuertemente apretadas en la garganta de la víctima, aún latente.

Le miró con un nuevo respeto mientras se alejaba; siempre había perseguido a estas alimañas sin sospechar la nobleza que atesoraban. Se sentó, no pudiendo librarse de la sensación de soledad que arrastraba el lobo; se había alejado del resto de la manada para convertirse en un marginal, ya que sus fuerzas ya no eran las de antaño y el instinto le empujaba a desaparecer.

La furia que llenaba su corazón casi se había desvanecido, desleída por lo entrevisto en el lobo. Pero siguió andando hasta divisar la balsa. Lo primero que detectó fue que las ranas ya no estaban. Quedaba un resto de la fogata y las lianas que le habían impedido resistirse, al lado del boj, pero nada más hacia suponer lo sucedido.

- Te encontraré, bastardo -exclamó Martxel.

Recordando al lobo, se reclinó y poniéndose a cuatro patas, empezó a husmear el pasto. Enseguida, localizó el rastro de Kaskakromlech; se entrelazaban efluvios como de moho y tierra, de cuero y musgo…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ole... buenisimo..! me has dejado sin palabras...

David dijo...

Ostia!!!!!!
Jammmboooo... yo creo que me doy de baja en los relatos. Asi no hay quien pueda.
Sin duda tu capitulo cumbre, by the moment, claro.