sábado, 6 de diciembre de 2008

Séptima Entrega

Moug sentía como si un enorme peso se hubiera diluido en su interior; volvía a ser libre y estaba contento. Pensó que había elegido bien al nuevo Protector; éste le había demostrado que era un valiente y el bosque le enseñaría rápido. Además, al ser un hombre, estaría más cerca de sus semejantes de lo que él había estado nunca.

Entró en la balsa y bebió agua en abundancia para despejar los ensueños que aún le bailaban en la cabeza. Se dejó flotar en la quietud de la noche pensando cómo y cuándo finalizar lo que había empezado y decidió que el próximo amanecer sería el último; en esta ocasión una planta sería su consorte. Apartó cuidadosamente dos o tres ranas que se le habían encaramado y al salir, antes de sacudirse la miríada de pequeños riachuelos que escurrían de su pelo, se detuvo un momento e hizo una reverencia a la garza, la cual desplegó sus alas y remontó el vuelo con elegancia en dirección al río.

No tenía prisa; faltaba un rato para que el sol volviera a dominar el firmamento y quería despedirse de un viejo amigo.

Se acercó caminando a un enorme roble sentándose a su amparo. Sintonizó con él como tantas otras veces y de nuevo sintió cómo aquel coloso le reconciliaba con el mundo dándole una sensación intemporal de calma, sosiego y entendimiento… recordó sonriendo cómo le había visto asomarse intrépidamente aquel atardecer de hace seis siglos, cuando se encontraba espiando a un grupo itinerante de romanos y meditaba sobre el inicio del fin de su dominio en aquella tierra. Entonces, le dio esperanza en un nuevo comienzo y ahora le acompañaba en su agonía. Despidiéndose mentalmente de su amigo se alejó con la frente serena.

Enseguida encontró las asto-lore que estaba buscando y se dirigió a la cumbre de Mortxe; sabía un buen sitio para morir…

Cuando localizó la pequeña hondonada, se volvió por última vez hacia su amada arboleda que, más abajo, parecía despedirle con susurros. Se acomodó en dirección Este; quería notar cómo los primeros rayos del astro solar calentaban su cuerpo antes de que se enfriara para siempre.

Encomendándose a sus ancestros, comió las digitalis hasta terminarlas. La primera claridad se asomaba en la lejanía, cuando Kaskakromlech sumergido en un mundo amarillo que ya no era el suyo, desplomó la cabeza quedando inmóvil.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues vaya forma que tiene el Moug de que le demuestren la valentia... por el orto!!

Anónimo dijo...

esa vaguada, ukltima morada del Kaska... me parece que ya sé cual es...

Casa Musurbil dijo...

Pues sí... yo también pensé en esa vaguadilla donde se almuerza tan agusto